Em ve de gust afegir en aquest bloc un
conte d’origen ben diferent. Un conte de les tribus americanes impregnat d’un aire
salvatge que recorda les narracions de Jack London (La crida del
bosc, Ullal blanc, ...). Tot i que l’estructura de la història és ben
similar a la de qualsevol conte centreeuropeu, fa anys vaig llegir la versió de
Núria
Ventura que em va cridar l’atenció per com s’assembla als contes dels
germans Grimm. Fins i tot vaig malpensar que la il·lustra bibliotecària no
hagués afegit alguna cosa de “collita pròpia”...
La contalla parla d’ètica i noblesa, de
l’interès de lluitar en contra de la frivolitat i els comportaments vacus. Sembla que els humans, ja aleshores, defugien
de la superficialitat i valoraven les conviccions profundes, espirituals i
honrades. Trobo curiós l’esforç que avui dia es dedica a parlar de valors i
comportaments rectes. Una època –l’actual- en que pocs ens sorprenem de la
corrupció que hi ha en diferents àmbits i que es manifesta descaradament amb
tota impunitat. Sóc dels que pensa que no calen grans discursos, ni grans tràfecs
per mostrar valors, sinó que és més una qüestió de portar-los a la pràctica.
Cara Cruzada
Leyenda de los Pies Negros {tribu Piegan, Montana)
En los tiempos antiguos no había guerra y los
hombres vivían en paz. En un poblado de los Piega vivía un hombre que tenía una
hija bellísima, con la que muchos jóvenes deseaban casarse. Pero cada vez que
la muchacha recibía una propuesta de matrimonio sacudía la cabeza y decía que
no quería casarse.
—«¿Pero nunca?, le preguntaba su padre. Algunos de
estos jóvenes son ricos, guapos y valientes.
— ¿Por qué me tengo que casar?, respondía la muchacha.
Tú, padre mío, eres rico. No nos falta comida y tenemos hermosas y blandas
pieles de bisonte. ¿Para qué, pues
debería casarme?
Un día, la Sociedad de los Cuervos Mensajeros
celebro una danza en el poblado, y para esta ocasión todos se vistieron con cuidado,
poniéndose sus trajes más hermosos. Los guerreros danzaron maravillosamente,
los tambores llevaron lejos el eco de la fiesta, hombres y mujeres comieron
hasta saciarse y todos fueron felices por un día. Al término de la danza los
hombres más ricos, más poderosos y más bellos pidieron de nuevo la mano de la
muchacha, que no se quería casar. Y ella dijo no a todos.
— ¿Por qué no esta vez?, le pregunto muy enfadado su
padre. Todos los jefes más famosos te han pedido como esposa y tú los has
rechazado a todos. Temo que tengas un enamorado secreto.
—Padre, respondió la muchacha, ten piedad de mí.
Créeme, no tengo un prometido secreto. Lo que sucede es que una noche se me
apareció el Gran espíritu, el Sol, y me dijo: «Muchacha, tú no debes desposarte
con ninguno de estos hombres, porque tú me perteneces y de mí recibirás
felicidad y una vida larguísima.» Y luego me advirtió todavía: «No te cases. Tú
eres mía.»
—Ah, replico el padre. Hay que hacer siempre lo que
él manda.
Y en el tipi de la muchacha no se habló más del
asunto.
En aquella tribu de los piegan vivía también un
joven muy pobre, solo en el mundo, porque sus padres y parientes habían muerto
todos. El no tenía un tipi ni una mujer que le curtiera las pieles, le guisara
la carne y le confeccionará los mocasines. Un día el pobre joven se quedaba en
un tipi, al día siguiente pedía hospitalidad en otro, y así pasaba su mísera
vida.
El joven era muy guapo, pero una horrible cicatriz
le cruzaba una mejilla, haciéndoles odioso a todas las mujeres del poblado.
Algunos días después de la danza organizada por los
Cuervos Mensajeros, dos o tres guerreros que habían sido rechazados por la
muchacha que no se quería casar se encontraron con el joven señalado, y para
divertirse a su costa, le dijeron riendo:
—
¿Por
qué no pruebas tú a pedir esta muchacha por esposa? Quizás la mano que nos ha
negado a nosotros te la conceda a ti.
Pero Cara Cruzada no rió y respondió:
—Haré como decís, amigos; iré a ella y le pediré que
se case conmigo.
A sus palabras los jóvenes guerreros estallaron en
risas todavía más fuertes, pero Cara Cruzada les dejó reír y se dirigió hacia
el río. Allí esperó que llegara la muchacha, la cual, al cabo de un rato,
acudió a buscar agua.
El joven se le acercó y le dijo: —Muchacha, espera,
quiero hablarte. Y no a escondidas, como quien tiene la lengua doble, sino
abiertamente, donde el sol y todos pueden ver.
—Habla entonces, dijo la muchacha.
—He visto lo que ha sucedido. Tú has negado tu mano
a los guerreros más ricos y poderosos de la tribu. Yo soy muy pobre, no tengo
tipi, ni comida, ni vestido, ni cálidas pieles y, sin embargo, hoy, aquí a la
orilla del río, te pido que seas mi mujer.
La muchacha se cubrió el rostro con la capa y al
cabo de un rato dijo:
—Bien, he rechazado a todos estos ricos guerreros,
pero ahora que un pobre pide mi mano, se la concedo gustosamente. Seré tu mujer
y mi padre y mi clan nos darán lo necesario para poder vivir. Pero escucha:
hace muchas lunas el Sol me habló y me dijo que no me casara con nadie, porque
con él tendría felicidad y larga vida. Ahora te digo a ti que vayas al Sol y le
digas que me permita casarme contigo. Y como prueba dile que te quite esta
cicatriz de la cara. Si él se niega o tú no sabes encontrar su tipi entonces no
vuelvas a mí.
Cara Cruzada, después de estás palabras, quedó muy
triste. ¿Dónde debía estar el tipi del Sol?
¿Cómo llegaría hasta él?
Se sentó a pensar, y al cabo de un rato se dirigió
al tipi de una vieja mujer, que siempre había sido muy amable con él. Después
de contarle lo que le había dicho la bella muchacha, le pidió que le hiciera
unos mocasines para emprender el viaje. La buena mujer le dio también un saco
de comida para que tuviera con qué alimentarse.
Finalmente, Cara Cruzada, con el corazón triste, se
alejó del pueblo y, rogando al Sol que tuviera piedad de él, emprendió su
camino.
Durante muchos días camino por las grandes praderas,
a lo largo de ríos de selváticas orillas, por montañas inaccesibles y cada día
su saco de comida se hacía más ligero.
Una noche, Cara Cruzada se detuvo cerca de la
guarida de un lobo. Al verlo, el lobo le pregunto: « ¿Qué hace mi hermano rojo
tan lejos de la tribu?»
— ¡Ah!, respondió Cara Cruzada, busco el lugar donde
vive el Sol. Necesito hablarle.
—Yo he viajado mucho, dijo el lobo. Conozco todas
las praderas, todos los valles y las montañas, pero jamás he visto el tipi
donde vive el Sol. Prueba de preguntar al oso. Quizá él lo sepa.
Al día siguiente Cara Cruzada continuó su viaje,
deteniéndose de cuando en cuando a coger algunas bayas, y cuando fue de noche
llegó a la guarida del oso.
— ¿Dónde está tu casa?, le preguntó el animal. ¿Por
qué viaja solo mi hermano rojo?
—Ayúdame ¡Ten piedad de mí!, respondió Cara cruzada.
A causa de las palabras de una muchacha, voy en busca del Sol. Debo pedirle la
mano de mi amada.
—No sé dónde duerme, respondió el oso. Yo he viajado
por muchos ríos y conozco las montañas y, sin embargo, no he visto jamás su
tipi. Pero cerca de aquí, en el bosque, vive un búho. No hace más que viajar y
conoce muchas cosas. Puede ser que te ayude.
Cara Cruzada fue al bosque y después de mucho buscar
encontró al búho y le dijo:
—Ayúdame, búho. Mis alimentos se han acabado y mis
mocasines están destrozados. Busco el tipi donde vive el Sol, pues la muchacha
que amo está prometida a él y quiero pedírsela por esposa.
—Yo sé dónde vive, dijo el búho. Mañana te mostraré
la pista que conduce a las Grandes Aguas. El Sol vive más allá de ellas.
Apenas se hizo de día, el búho mostro a Cara Cruzada
el camino y él lo siguió hasta la orilla de las Grandes Aguas.
Cara Cruzada las miraba y el corazón casi se le paró
en el pecho. La otra ribera estaba tan lejana que ni siquiera se podía
distinguir y las Grandes Aguas se extendían sin fin. Su alimento se había
acabado, sus mocasines estaban rotos. Su corazón estaba triste.
Y pensó que jamás conseguiría atravesar aquella gran
agua ni volver a su pueblo. Y que quizás moriría allí mismo.
Pero no fue así. Dos cisnes inmensos se le acercaron
y, preguntándole qué le sucedía, se ofrecieron para llevarle al otro lado de
las Grandes Aguas, cerca del tipi del Sol.
Cara Cruzada no se lo hizo repetir dos veces. Montó
sobre los cisnes y, volando sobre las negras y profundas aguas en las que se
veían terribles monstruos, llegaron al poco rato a la otra orilla. De allí partía
un amplio y escarpado sendero que se adentraba en el bosque.
Pronto llegó a un lugar en el que vio bellísimas
cosas. Tirado en el suelo había un traje de guerrero, un escudo, un arco y
flechas. Cara Cruzada no había visto nunca armas tan hermosas, pero se abstuvo
de tocarlas. Pasó por un lado cuidadosamente y siguió su camino. A los pocos
pasos encontró a un joven, el más bello que jamás había visto. Sus cabellos
eran muy largos y llevaba espléndidos vestidos hechos de extrañas pieles. Sus
mocasines eran de brillantes tiras de colores.
El joven preguntó a Cara Cruzada:
—
¿Has
encontrado armas en medio del camino?
—Sí, respondió Cara Cruzada, sí, las he visto, pero
no las he tocado, porque he pensado que alguien las había dejado allí.
—Tú no eres un ladrón, dijo el joven. ¿Cómo te llamas?
—Cara Cruzada.
— ¡Y a dónde vas?, preguntó de nuevo el joven.
—Voy en busca del Sol, respondió.
—Mi nombre, dijo entonces el joven, es Estrella de
la Mañana. El Sol es mi padre. Ven, te llevaré a nuestro tipi. Ahora mi padre
no está en casa, pero volverá esta noche.
Pronto llegaron al tipi, que era largo y bello:
sobre las paredes había pintados extraños animales mágicos, mientras que
alrededor se hallaban esparcidos maravillosos vestidos y armas extrañas que
pertenecían al Sol.
Cara Cruzada tenía miedo de entrar, pero Estrella de
la Mañana le dijo que no se asustara, que sería bien recibido.
Una vez dentro del tipi vio a una mujer sentada. Era
Kokomikeis, la Luna, la mujer del Sol y madre de Estrella de la mañana. Ésta le
habló amablemente, le dio de comer y le preguntó po qué había hecho un viaje
tan largo. Cara Cruzada le contó su historia.
Cuando fue la hora que el Sol acostumbraba a
regresar a casa, la Luna escondió a Cara Cruzada bajo un montón de pieles. Pero
apenas el Sol traspasó el umbral del tipi, dijo:
—Siento olor de hombre.
—Sí, padre, dijo Estrella de la Mañana. Un joven ha
venido a buscarte. Yo sé que es bueno porque ha encontrado algunas cosas mías
en el sendero y no las ha tocado.
Entonces Cara Cruzada salió de entre el montón de
pieles y se sentó junto al Sol, el cual le dio la bienvenida y le pidió que
fuera amigo de su hijo.
Al día siguiente la Luna llamó a Cara Cruzada y, a
escondidas de su hijo, le dijo:
—Vete con Estrella de la Mañana a donde quieras,
pero no cacéis nunca cerca de las Grandes Aguas. Allí habitan unos enormes
pájaros que con su pico poderoso y agudo matan a quienes se acercan a ellos. Yo
he tenido muchos hijos, pero ellos, los terribles pájaros, me los han matado a
todos. Estrella de la Mañana es el único que me ha quedado.
Cara Cruzada se quedó mucho tiempo en el tipi del
Sol y cada día iba a cazar con Estrella de la Mañana. Pero un día llegaron
cerca de las Grandes Aguas y a pesar de las súplicas de Cara Cruzada, Estrella
de la Mañana se empeñó en querer cazar a los pájaros.
Cara Cruzada se dio cuenta del peligro que corrían,
pero no tuvo más remedio que quedarse con su amigo y se dispuso a luchar contra
los pájaros, aunque ello le costara la vida. Poco a poco los horribles pájaros
cayeron atravesados por sus flechas y fueron rematados con su lanza. No quedó
ninguno. Su sangre negra corrió sobre las rocas y fue a teñir las aguas.
Los jóvenes cortaron sus cabezas, se las colgaron de
la cintura y regresaron al tipi. Allí contaron a la Luna lo sucedido y ésta
lloraba de alegría al saber que su hijo estaba a salvo. Más tarde, cuando
regresó el Sol, le contaron también lo ocurrido y el Sol, abrazando a Cara
Cruzada le dijo:
—Hijo mío, no olvidaré jamás lo que has hecho por
Estrella de la Mañana. Ahora dime, ¿qué puedo hacer yo por ti?
Cara Cruzada le explicó al Sol que se había
enamorado de la bella muchacha y cómo ésta le había dicho que no podía casarse con nadie hasta que el Sol
diera su permiso y le quitara la señal de la cara.
—Lo que dices es cierto, respondió el Sol. He visto
todo lo que ha sucedido y he decidido darte la muchacha. Estoy muy satisfecho
de que ella haya sido tan sabía y que no haya jamás errado. El Sol protege a
las mujeres sabias Vivirán muchos años y sus maridos y sus hijos también. Ahora
tú debes regresar a tu pueblo. Pero antes debo decirte algo: Yo soy el único
jefe y todo es mío he hecho la Tierra, las montañas, las praderas, los ríos y
las selvas. Yo he hecho las tribus y todos los animales. Yo no moriré jamás:
los inviernos me envejecen y me vuelven débil, pero cada verano vuelvo de nuevo
joven y fuerte y siempre será así.
Luego el Sol hizo varias preguntas al muchacho
y, viendo que éste respondía siempre con
acierto se dio por satisfecho.
Finalmente, el Sol aplicó sobre la cara muchacho una poderosa medicina y la
señal que tanto lo afeaba desapareció. Le dio luego siete plumas de cuervo para
que las ofreciera a la muchacha que había de ser su esposa.
Cara Cruzada se dispuso a partir para regresar a casa:
el Sol y Estrella de la Mañana le dieron muchos regalos y la Luna lloró al
despedirlo, llamándole «hijo mío». Luego el Sol le mostró la ruta más breve
para volver a la tierra, el Camino del Lobo (la Vía Láctea). El joven lo siguió
y pronto llegó a la tierra.
Cuando llegó al poblado, envuelto como iba en una
gran capa y con los hermosos vestidos y armas que el Sol le había dado, la
gente no le reconoció. Pero el jefe del poblado lo llamó pensando que era un
extranjero y al entrar en su tipi y arrojar su capa, vieron que era Cara
Cruzada.
Y algunos salieron gritando:
—Ha vuelto Cara Cruzada, pero ya no es pobre, ni
siquiera señalado.
Y toda la tribu salió a verle y le preguntaban dónde
había estado y cómo había adquirido tan hermosas cosas. Pero él no respondía;
entre la multitud estaba la muchacha. Entonces, tomando las siete plumas de
cuervo que el Sol le había dado, se las ofreció a ella, diciendo:
—El camino era largo y yo he estado a punto de morir,
pero al fin he encontrado su tipi. El está contento y te manda estás plumas.
Ellas son la señal.
Grande fue la felicidad de la muchacha. Se casaron y
el Sol estuvo contento y les dio una larga vida: jamás la enfermedad entró en
ellos.
Cuando fueron muy viejos, una Mañana sus hijos
dijeron:
— ¡Levantaos! Vamos a comer. El día es claro.
Pero ellos no se movieron. En la noche, durante el
sueño, sin dolor, sus sombras habían partido para las Colinas de Arena.
Piero Pieroni: “Historias
y leyendas de los Pieles Rojas”
Adaptació de Nuria
Ventura