dilluns, 24 d’octubre del 2016

Cara Cruzada

Em ve de gust afegir en aquest bloc un conte d’origen ben diferent. Un conte de les tribus americanes impregnat d’un aire salvatge que recorda les narracions de Jack London (La crida del bosc, Ullal blanc, ...). Tot i que l’estructura de la història és ben similar a la de qualsevol conte centreeuropeu, fa anys vaig llegir la versió de Núria Ventura que em va cridar l’atenció per com s’assembla als contes dels germans Grimm. Fins i tot vaig malpensar que la il·lustra bibliotecària no hagués afegit alguna cosa de “collita pròpia”...


La contalla parla d’ètica i noblesa, de l’interès de lluitar en contra de la frivolitat i els comportaments vacus.  Sembla que els humans, ja aleshores, defugien de la superficialitat i valoraven les conviccions profundes, espirituals i honrades. Trobo curiós l’esforç que avui dia es dedica a parlar de valors i comportaments rectes. Una època –l’actual- en que pocs ens sorprenem de la corrupció que hi ha en diferents àmbits i que es manifesta descaradament amb tota impunitat. Sóc dels que pensa que no calen grans discursos, ni grans tràfecs per mostrar valors, sinó que és més una qüestió de portar-los a la pràctica.


Cara Cruzada

Leyenda de los Pies Negros {tribu Piegan, Montana)
En los tiempos antiguos no había guerra y los hombres vivían en paz. En un poblado de los Piega vivía un hombre que tenía una hija bellísima, con la que muchos jóvenes deseaban casarse. Pero cada vez que la muchacha recibía una propuesta de matrimonio sacudía la cabeza y decía que no quería casarse.
—«¿Pero nunca?, le preguntaba su padre. Algunos de estos jóvenes son ricos, guapos y valientes.
— ¿Por qué me tengo que casar?, respondía la muchacha. Tú, padre mío, eres rico. No nos falta comida y tenemos hermosas y blandas pieles de bisonte. ¿Para qué, pues
debería casarme?
Un día, la Sociedad de los Cuervos Mensajeros celebro una danza en el poblado, y para esta ocasión todos se vistieron con cuidado, poniéndose sus trajes más hermosos. Los guerreros danzaron maravillosamente, los tambores llevaron lejos el eco de la fiesta, hombres y mujeres comieron hasta saciarse y todos fueron felices por un día. Al término de la danza los hombres más ricos, más poderosos y más bellos pidieron de nuevo la mano de la muchacha, que no se quería casar. Y ella dijo no a todos.
— ¿Por qué no esta vez?, le pregunto muy enfadado su padre. Todos los jefes más famosos te han pedido como esposa y tú los has rechazado a todos. Temo que tengas un enamorado secreto.
—Padre, respondió la muchacha, ten piedad de mí. Créeme, no tengo un prometido secreto. Lo que sucede es que una noche se me apareció el Gran espíritu, el Sol, y me dijo: «Muchacha, tú no debes desposarte con ninguno de estos hombres, porque tú me perteneces y de mí recibirás felicidad y una vida larguísima.» Y luego me advirtió todavía: «No te cases. Tú eres mía.»
—Ah, replico el padre. Hay que hacer siempre lo que él manda.
Y en el tipi de la muchacha no se habló más del asunto.
En aquella tribu de los piegan vivía también un joven muy pobre, solo en el mundo, porque sus padres y parientes habían muerto todos. El no tenía un tipi ni una mujer que le curtiera las pieles, le guisara la carne y le confeccionará los mocasines. Un día el pobre joven se quedaba en un tipi, al día siguiente pedía hospitalidad en otro, y así pasaba su mísera vida.
El joven era muy guapo, pero una horrible cicatriz le cruzaba una mejilla, haciéndoles odioso a todas las mujeres del poblado.
Algunos días después de la danza organizada por los Cuervos Mensajeros, dos o tres guerreros que habían sido rechazados por la muchacha que no se quería casar se encontraron con el joven señalado, y para divertirse a su cos­ta, le dijeron riendo:
           ¿Por qué no pruebas tú a pedir esta muchacha por esposa? Quizás la mano que nos ha negado a nosotros te la conceda a ti.
Pero Cara Cruzada no rió y respondió:
—Haré como decís, amigos; iré a ella y le pediré que se case conmigo.
A sus palabras los jóvenes guerreros estallaron en risas todavía más fuertes, pero Cara Cruzada les dejó reír y se dirigió hacia el río. Allí esperó que llegara la muchacha, la cual, al cabo de un rato, acudió a buscar agua.
El joven se le acercó y le dijo: —Muchacha, espera, quiero hablarte. Y no a escondidas, como quien tiene la lengua doble, sino abiertamente, donde el sol y todos pueden ver.
—Habla entonces, dijo la muchacha.
—He visto lo que ha sucedido. Tú has negado tu ma­no a los guerreros más ricos y poderosos de la tribu. Yo soy muy pobre, no tengo tipi, ni comida, ni vestido, ni cálidas pieles y, sin embargo, hoy, aquí a la orilla del río, te pido que seas mi mujer.
La muchacha se cubrió el rostro con la capa y al cabo de un rato dijo:
—Bien, he rechazado a todos estos ricos guerreros, pero ahora que un pobre pide mi mano, se la concedo gustosamente. Seré tu mujer y mi padre y mi clan nos darán lo necesario para poder vivir. Pero escucha: hace muchas lunas el Sol me habló y me dijo que no me casara con nadie, porque con él tendría felicidad y larga vida. Ahora te digo a ti que vayas al Sol y le digas que me permita casarme contigo. Y como prueba dile que te quite esta cicatriz de la cara. Si él se niega o tú no sabes encontrar su tipi entonces no vuelvas a mí.
Cara Cruzada, después de estás palabras, quedó muy triste. ¿Dónde debía estar el tipi del Sol?  ¿Cómo llegaría hasta él?
Se sentó a pensar, y al cabo de un rato se dirigió al tipi de una vieja mujer, que siempre había sido muy ama­ble con él. Después de contarle lo que le había dicho la bella muchacha, le pidió que le hiciera unos mocasines para emprender el viaje. La buena mujer le dio también un saco de comida para que tuviera con qué alimentarse.
Finalmente, Cara Cruzada, con el corazón triste, se alejó del pueblo y, rogando al Sol que tuviera piedad de él, emprendió su camino.
Durante muchos días camino por las grandes praderas, a lo largo de ríos de selváticas orillas, por montañas inaccesibles y cada día su saco de comida se hacía más ligero.
Una noche, Cara Cruzada se detuvo cerca de la guarida de un lobo. Al verlo, el lobo le pregunto: « ¿Qué hace mi hermano rojo tan lejos de la tribu?»
— ¡Ah!, respondió Cara Cruzada, busco el lugar donde vive el Sol. Necesito hablarle.
—Yo he viajado mucho, dijo el lobo. Conozco todas las praderas, todos los valles y las montañas, pero jamás he visto el tipi donde vive el Sol. Prueba de preguntar al oso. Quizá él lo sepa.
Al día siguiente Cara Cruzada continuó su viaje, deteniéndose de cuando en cuando a coger algunas bayas, y cuando fue de noche llegó a la guarida del oso.
— ¿Dónde está tu casa?, le preguntó el animal. ¿Por qué viaja solo mi hermano rojo?
—Ayúdame ¡Ten piedad de mí!, respondió Cara cruzada. A causa de las palabras de una muchacha, voy en busca del Sol. Debo pedirle la mano de mi amada.
—No sé dónde duerme, respondió el oso. Yo he viajado por muchos ríos y conozco las montañas y, sin embargo, no he visto jamás su tipi. Pero cerca de aquí, en el bosque, vive un búho. No hace más que viajar y conoce muchas cosas. Puede ser que te ayude.
Cara Cruzada fue al bosque y después de mucho buscar encontró al búho y le dijo:
—Ayúdame, búho. Mis alimentos se han acabado y mis mocasines están destrozados. Busco el tipi donde vive el Sol, pues la muchacha que amo está prometida a él y quiero pedírsela por esposa.
—Yo sé dónde vive, dijo el búho. Mañana te mostraré la pista que conduce a las Grandes Aguas. El Sol vive más allá de ellas.
Apenas se hizo de día, el búho mostro a Cara Cruzada el camino y él lo siguió hasta la orilla de las Grandes Aguas.
Cara Cruzada las miraba y el corazón casi se le paró en el pecho. La otra ribera estaba tan lejana que ni siquiera se podía distinguir y las Grandes Aguas se extendían sin fin. Su alimento se había acabado, sus mocasines estaban rotos. Su corazón estaba triste.
Y pensó que jamás conseguiría atravesar aquella gran agua ni volver a su pueblo. Y que quizás moriría allí mismo.
Pero no fue así. Dos cisnes inmensos se le acercaron y, preguntándole qué le sucedía, se ofrecieron para llevarle al otro lado de las Grandes Aguas, cerca del tipi del Sol.
Cara Cruzada no se lo hizo repetir dos veces. Montó sobre los cisnes y, volando sobre las negras y profundas aguas en las que se veían terribles monstruos, llegaron al poco rato a la otra orilla. De allí partía un amplio y escarpado sendero que se adentraba en el bosque.
Pronto llegó a un lugar en el que vio bellísimas cosas. Tirado en el suelo había un traje de guerrero, un escudo, un arco y flechas. Cara Cruzada no había visto nunca armas tan hermosas, pero se abstuvo de tocarlas. Pasó por un lado cuidadosamente y siguió su camino. A los pocos pasos encontró a un joven, el más bello que jamás había visto. Sus cabellos eran muy largos y llevaba espléndidos vestidos hechos de extrañas pieles. Sus mocasines eran de brillantes tiras de colores.
El joven preguntó a Cara Cruzada:
           ¿Has encontrado armas en medio del camino?
—Sí, respondió Cara Cruzada, sí, las he visto, pero no las he tocado, porque he pensado que alguien las había dejado allí.
—Tú no eres un ladrón, dijo el joven. ¿Cómo te lla­mas?
—Cara Cruzada.
— ¡Y a dónde vas?, preguntó de nuevo el joven.
—Voy en busca del Sol, respondió.
—Mi nombre, dijo entonces el joven, es Estrella de la Mañana. El Sol es mi padre. Ven, te llevaré a nuestro tipi. Ahora mi padre no está en casa, pero volverá esta noche.
Pronto llegaron al tipi, que era largo y bello: sobre las paredes había pintados extraños animales mágicos, mientras que alrededor se hallaban esparcidos maravillosos ves­tidos y armas extrañas que pertenecían al Sol.
Cara Cruzada tenía miedo de entrar, pero Estrella de la Mañana le dijo que no se asustara, que sería bien recibido.
Una vez dentro del tipi vio a una mujer sentada. Era Kokomikeis, la Luna, la mujer del Sol y madre de Estrella de la mañana. Ésta le habló amablemente, le dio de comer y le preguntó po qué había hecho un viaje tan largo. Cara Cruzada le contó su historia.
Cuando fue la hora que el Sol acostumbraba a regresar a casa, la Luna escondió a Cara Cruzada bajo un montón de pieles. Pero apenas el Sol traspasó el umbral del tipi, dijo:
—Siento olor de hombre.
—Sí, padre, dijo Estrella de la Mañana. Un joven ha venido a buscarte. Yo sé que es bueno porque ha encontrado algunas cosas mías en el sendero y no las ha tocado.
Entonces Cara Cruzada salió de entre el montón de pieles y se sentó junto al Sol, el cual le dio la bienvenida y le pidió que fuera amigo de su hijo.
Al día siguiente la Luna llamó a Cara Cruzada y, a escondidas de su hijo, le dijo:
—Vete con Estrella de la Mañana a donde quieras, pero no cacéis nunca cerca de las Grandes Aguas. Allí habitan unos enormes pájaros que con su pico poderoso y agudo matan a quienes se acercan a ellos. Yo he tenido muchos hijos, pero ellos, los terribles pájaros, me los han matado a todos. Estrella de la Mañana es el único que me ha quedado.
Cara Cruzada se quedó mucho tiempo en el tipi del Sol y cada día iba a cazar con Estrella de la Mañana. Pero un día llegaron cerca de las Grandes Aguas y a pesar de las súplicas de Cara Cruzada, Estrella de la Mañana se empeñó en querer cazar a los pájaros.
Cara Cruzada se dio cuenta del peligro que corrían, pero no tuvo más remedio que quedarse con su amigo y se dispuso a luchar contra los pájaros, aunque ello le costara la vida. Poco a poco los horribles pájaros cayeron atravesados por sus flechas y fueron rematados con su lanza. No quedó ninguno. Su sangre negra corrió sobre las rocas y fue a teñir las aguas.
Los jóvenes cortaron sus cabezas, se las colgaron de la cintura y regresaron al tipi. Allí contaron a la Luna lo sucedido y ésta lloraba de alegría al saber que su hijo estaba a salvo. Más tarde, cuando regresó el Sol, le contaron también lo ocurrido y el Sol, abrazando a Cara Cruzada le dijo:
—Hijo mío, no olvidaré jamás lo que has hecho por Estrella de la Mañana. Ahora dime, ¿qué puedo hacer yo por ti?
Cara Cruzada le explicó al Sol que se había enamorado de la bella muchacha y cómo ésta le había dicho que  no podía casarse con nadie hasta que el Sol diera su permiso y le quitara la señal de la cara.
—Lo que dices es cierto, respondió el Sol. He visto todo lo que ha sucedido y he decidido darte la muchacha. Estoy muy satisfecho de que ella haya sido tan sabía y que no haya jamás errado. El Sol protege a las mujeres sabias Vivirán muchos años y sus maridos y sus hijos también. Ahora tú debes regresar a tu pueblo. Pero antes debo decirte algo: Yo soy el único jefe y todo es mío he hecho la Tierra, las montañas, las praderas, los ríos y las selvas. Yo he hecho las tribus y todos los animales. Yo no moriré jamás: los inviernos me envejecen y me vuelven débil, pero cada verano vuelvo de nuevo joven y fuerte y siempre será así.
Luego el Sol hizo varias preguntas al muchacho y,  viendo que éste respondía siempre con acierto se dio por  satisfecho. Finalmente, el Sol aplicó sobre la cara muchacho una poderosa medicina y la señal que tanto lo afeaba desapareció. Le dio luego siete plumas de cuervo para que las ofreciera a la muchacha que había de ser su esposa.
Cara Cruzada se dispuso a partir para regresar a casa: el Sol y Estrella de la Mañana le dieron muchos regalos y la Luna lloró al despedirlo, llamándole «hijo mío». Luego el Sol le mostró la ruta más breve para volver a la tierra, el Camino del Lobo (la Vía Láctea). El joven lo siguió y pronto llegó a la tierra.
Cuando llegó al poblado, envuelto como iba en una gran capa y con los hermosos vestidos y armas que el Sol le había dado, la gente no le reconoció. Pero el jefe del poblado lo llamó pensando que era un extranjero y al entrar en su tipi y arrojar su capa, vieron que era Cara Cruzada.
Y algunos salieron gritando:
—Ha vuelto Cara Cruzada, pero ya no es pobre, ni siquiera señalado.
Y toda la tribu salió a verle y le preguntaban dónde había estado y cómo había adquirido tan hermosas cosas. Pero él no respondía; entre la multitud estaba la muchacha. Entonces, tomando las siete plumas de cuervo que el Sol le había dado, se las ofreció a ella, diciendo:
—El camino era largo y yo he estado a punto de mo­rir, pero al fin he encontrado su tipi. El está contento y te manda estás plumas. Ellas son la señal.
Grande fue la felicidad de la muchacha. Se casaron y el Sol estuvo contento y les dio una larga vida: jamás la enfermedad entró en ellos.
Cuando fueron muy viejos, una Mañana sus hijos dijeron:

— ¡Levantaos! Vamos a comer. El día es claro.

Pero ellos no se movieron. En la noche, durante el sueño, sin dolor, sus sombras habían partido para las Colinas de Arena.
Piero Pieroni: Historias y leyendas de los Pieles Rojas
Adaptació de Nuria Ventura