Conte típic del centre d'Europa. Barreja d'històries on tot encaixa a la perfecció. Lleugeres pinzellades d'humor a l'estil mediterrani. Mostra clara que qui està predestinat a triomfar res el pot aturar... Aquests serien alguns dels trets que millor definirien el conte que avui ens ocupa: Els tres pèls del diable.
En aquesta rondalla els germans Grimm aconsegueixen sintetitzar en un sol conte moltes històries que es podrien fragmentar, i totes serien igualment brillants. Aquesta història podria ser el paradigma de les contalles populars. És aquell típic conte que a tots ens sona. Trobaria molt interessant saber més de la història d'aquest conte, perquè estic gairebé segur que "beu" de tradicions comunes a molts països.
Penso que és un conte que cal explicar sense presses, havent preparat -amb anterioritat- un escenari acollidor, on el conte sigui explicat sense esforç. Amb el to de veu lleugerament baix, sense estridències. Penso també que és important que tant l'auditori com nosaltres mateixos ens trobem còmodes i deixar fruir la rondalla, seguint el seu ritme; permetre que el conte desplegui tota la seva màgia. Segur que us ho agrairan!
Los tres pelos de oro del diablo
Érase
una vez una pobre mujer que dio a luz un niñito; y como éste, al venir al
mundo, llegase envuelto en la piel de la buena suerte, se le predijo que al
cumplir los catorce años tomaría por esposa a la hija del rey. He aquí que éste
se presentó muy pronto en la aldea; pero como nadie sabía que era el rey,
cuando preguntó a las gentes qué había de nuevo le respondieron:
—Hace unos días nació un niño envuelto en la piel de la
buena suerte: todo cuanto emprenda una persona así le traerá ventura. También
se le predijo que a los catorce años se casará con la hija del rey.
El rey. hombre de natural cruel, se irritó con la profecía, se fue a ver a los padres y, fingiendo amabilidad, les dijo:
El rey. hombre de natural cruel, se irritó con la profecía, se fue a ver a los padres y, fingiendo amabilidad, les dijo:
—Pobres
gentes, dadme a vuestro hijo que yo lo cuidaré.
Los
padres se negaron al principio pero, comoquiera que el forastero les ofreciese
una gran suma de dinero a cambio y pensaran, además: «Es un niño con suerte: lo
que hagamos sólo podrá traerle ventura», dieron su consentimiento al fin y le
entregaron al niño.
El
rey lo metió en una caja y partió con ella al galope hasta llegar a un río de
aguas profundas, en ellas arrojó la caja y se dijo para sus adentros:
—He librado a mi hija de este inesperado pretendiente. Pero la caja no se hundió, sino que flotó como un barquito, ni tampoco entró en ella ni una gotita de agua. Y así fue flotando hasta llegar a unas dos millas de la capital del reino, donde se detuvo en la presa de un molino. Uno de los mozos del molino, que se encontraba allí por fortuna y que la vio, la atrajo con un gancho, pensando que había hallado un gran tesoro; mas, al destaparla, vio echado dentro a un hermoso niño rebosante de salud. Se lo llevó al molinero y a su esposa, y como no tenían hijos, se alegraron mucho y dijeron:
—He librado a mi hija de este inesperado pretendiente. Pero la caja no se hundió, sino que flotó como un barquito, ni tampoco entró en ella ni una gotita de agua. Y así fue flotando hasta llegar a unas dos millas de la capital del reino, donde se detuvo en la presa de un molino. Uno de los mozos del molino, que se encontraba allí por fortuna y que la vio, la atrajo con un gancho, pensando que había hallado un gran tesoro; mas, al destaparla, vio echado dentro a un hermoso niño rebosante de salud. Se lo llevó al molinero y a su esposa, y como no tenían hijos, se alegraron mucho y dijeron:
—Dios nos lo ha dado.
Y criaron con todo cariño al niño
abandonado, que fue haciéndose grande y dando muestras de un sinfín de
virtudes.
Pues
bien, en cierta ocasión el rey, queriendo protegerse de una tormenta llegó al
molino y preguntó al matrimonio si aquel joven alto era su hijo.
—No
—respondieron—, es un niño abandonado; hace catorce años llegó a la presa
flotando en una caja y el mozo lo sacó del agua.
Entonces
se dio cuenta el rey de que no podía ser sino el niño de la suerte, el que él
había arrojado al agua, y dijo:
—Buenas
gentes, ¿no podría llevar el joven una carta a la reina?; le daré en pago dos
monedas de oro.
—Como ordene su majestad —respondieron.
Y dijeron al joven que se preparase para el camino. Entonces
el rey le escribió una carta a la reina, en la que se decía:
«En
cuanto se presente el muchacho con esta esquela, será muerto y enterrado; y
todo ha de suceder antes de que yo regrese.»
El joven
partió con la carta, pero se perdió por el camino y se encontró de noche en
medio de un espeso bosque. En la oscuridad advirtió una lucecilla, se dirigió
hacia ella y llegó a una casita. Al entrar vio a una anciana que estaba sentada
sola junto al fuego. Se asustó al ver al joven y le dijo:
—¿De dónde vienes y a dónde vas?
—Vengo
del molino
—respondió
el joven— y voy a ver a la reina, pues he de entregarle una carta; pero como me
he extraviado en el bosque, me agradaría pasar aquí la noche.
—Tú,
pobre chico —dijo la mujer—, has venido a parar a una madriguera de bandidos, y
si regresan te matarán.
—Que
venga quien quiera
—dijo
el joven—, que yo no tengo miedo; pero estoy tan cansado que no puedo andar
más.
Y
diciendo esto se tumbó sobre un banco y se quedó dormido. Al poco rato llegaron
los bandidos y preguntaron malhumorados qué hacía ese extraño joven ahí.
—Pobrecito —dijo la anciana—; es un niño inocente que se ha perdido en el bosque; lo recogí por compasión. Lleva una carta para la reina.
—Pobrecito —dijo la anciana—; es un niño inocente que se ha perdido en el bosque; lo recogí por compasión. Lleva una carta para la reina.
Los
bandidos rasgaron el sobre y leyeron la carta, y en ella se decía que el joven
sería ejecutado en cuanto llegase. Entonces, hasta aquellos implacables
bandidos sintieron compasión, y el capitán rompió la carta y escribió otra; y
en ella decía que en cuanto el joven llegase tendría que casarse
inmediatamente con la hija del rey. Así que le dejaron dormir tranquilo en el
banco hasta la mañana siguiente, y cuando despertó le dieron la carta y le
enseñaron el camino por donde tenía que ir.
La reina, cuando recibió y leyó la carta, hizo lo que en
ella se decía: mandó celebrar una espléndida boda y la princesa fue desposada
con el niño de la suerte; y como quiera que el joven era guapo y amable, vivió
feliz y satisfecha con él.
Pasado
un tiempo volvió el rey a palacio y vio que la profecía se había cumplido y que
el niño de la suerte se había casado con su hija.
—¿Cómo
pudo pasar eso?
—dijo—;
en mi carta di órdenes completamente distintas.
Entonces
la reina le mostró la carta, pidiéndole que viese por sí mismo lo que en ella
se decía. El rey la leyó y advirtió que había sido cambiada por otra. Le preguntó
al joven lo que había ocurrido con la carta que le confiara y por qué razón
había entregado otra.
—No
sé nada de eso
—respondió—;
ha debido suceder cuando pasé la noche en el bosque.
—¡Así
de fácil no te va a resultar! —dijo el rey, lleno de ira—. El que quiera tener
a mi hija ha de traerme del infierno tres pelos de oro de la cabeza del diablo.
Si me das lo que te pido, podrás quedarte con mi hija. Con esto esperaba el rey
desembarazarse para siempre de él. Pero el niño de la suerte respondió:
—Te
traeré los pelos de oro; no tengo miedo del diablo.
Y acto seguido se despidió y emprendió
la marcha.
Andando
llegó a una gran ciudad, y el centinela que estaba en la puerta le preguntó por
su oficio y por lo que sabía.
—Lo sé
todo —respondió el niño de la suerte. —Entonces nos harás un gran favor —repuso
el centinela— diciéndonos por qué se ha secado la fuente de la plaza, de la
que salía normalmente vino y que ahora ni siquiera da agua.
—Lo
sabréis —respondió el joven—; esperad tan sólo a que vuelva.
Siguió su camino y llegó a las puertas
de otra ciudad; allí le preguntó el centinela por su oficio y por lo que sabía.
—Lo sé todo —respondió.
—Entonces nos harás un gran favor diciéndonos por qué un árbol de nuestra ciudad, que siempre daba manzanas de oro, ahora ni siquiera tiene hojas.
—Lo sé todo —respondió.
—Entonces nos harás un gran favor diciéndonos por qué un árbol de nuestra ciudad, que siempre daba manzanas de oro, ahora ni siquiera tiene hojas.
—Lo
sabréis —respondió—; esperad tan sólo a que vuelva.
Siguió la marcha y llegó a un ancho rio, que tenía que cruzar. El barquero le preguntó por su oficio y lo que sabía.
Siguió la marcha y llegó a un ancho rio, que tenía que cruzar. El barquero le preguntó por su oficio y lo que sabía.
—Lo sé todo —respodió.
—Entonces
me harás un gran favor —dijo el barquero— diciéndome por qué he de estar
remando siempre de una orilla a la otra, sin que nadie me releve.
—Lo
sabrás —respondió el joven—; espera tan sólo a que vuelva.
Al llegar
a la otra orilla encontró la entrada del infierno. Su interior era negro y
estaba tiznado de hollín; el diablo no estaba en casa, pero su ama se
encontraba sentada en una amplia poltrona.
—¿Qué quieres? —le preguntó bruscamente, aun cuando su
aspecto no era el de una persona enfadada.
—Quisiera
tres pelos de oro de la cabeza del diablo —respondió el joven—; de lo
contrario, no podré seguir con mi mujer.
—Mucho
pides —dijo la mujer—; cuando vuelva el diablo y te encuentre aquí, mal lo vas
a pasar; pero me das lástima: veré si puedo ayudarte.
Y,
transformándolo en una hormiga, le dijo:
—Métete
por los pliegues de mi falda; ahí estarás seguro.
—Sí —dijo
el joven—, eso está muy bien, pero quisiera saber además tres cosas: por qué
una fuente, de la que antes manaba vino, se ha secado y no da ni siquiera agua;
por qué a un árbol que daba manzanas de oro no le salen ahora ni hojas; y por
qué un barquero ha de estar siempre remando de una orilla a la otra, sin que
nadie lo releve.
—Difíciles
son esas preguntas —respondió el ama—, pero quédate quieto y callado y pon
cuidado a lo que dice el diablo mientras le arranco los tres pelos de oro.
Al
anochecer llegó el diablo a casa. Ya al entrar advirtió que algo raro ocurría.
—Huelo,
huelo carne humana —dijo—; aquí pasa algo extraño.
Entonces
miró por todos los rincones, y buscó y buscó, pero nada pudo encontrar. El ama
lo reprendió:
—Acababa
precisamente de barrer y ponerlo todo en orden, y ahora me lo revuelves todo y
me lo pones patas arriba. ¡Siempre has de tener la carne humana en tus narices!
Siéntate y cena.
Cuando hubo comido y bebido, sintió sueño y recosté su cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que le despiojara un poco los cabellos. Al poco rato quedó dormido, soplando y roncando. Entonces la anciana cogió un pelo de oro, lo arrancó y lo puso a un lado.
Cuando hubo comido y bebido, sintió sueño y recosté su cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que le despiojara un poco los cabellos. Al poco rato quedó dormido, soplando y roncando. Entonces la anciana cogió un pelo de oro, lo arrancó y lo puso a un lado.
—¡Ay! —gritó el diablo—, ¿qué haces?
—He tenido una pesadilla
—respondió el ama—, y te he tirado de
los pelos.
—¿Qué
has soñado?
—respondió
el diablo.
—He soñado con una plaza en la que hay
un pozo del que solía manar vino, y de repente se secaba y no salía de él ni
siquiera agua; ¿cuál puede ser la causa?
—¡Ja,
ja, si la supiesen! —respondió el diablo—; hay un sapo que se encuentra bajo
una piedra, en el pozo: si lo matasen volvería a manar vino.
El
ama le siguió despiojando hasta que se durmió y se puso a roncar con tal fuerza
que las ventanas temblaban. Entonces le arrancó el segundo pelo.
—¡Ay!,
¿qué haces? —gritó el diablo, iracundo.
—No lo
tomes a mal —respondió ella; lo he hecho en sueños.
—¿Qué
has soñado ahora?
—preguntó
el diablo.
—He soñado que en un reino había un
frutal que siempre había dado manzanas de oro y al que ahora no le crecen ni hojas.
¿Cuál puede ser la causa?
—¡Ja, ja, si lo supiesen! —respondió el
diablo—; un ratón está royendo sus raíces; si lo matasen, volvería a dar
manzanas de oro, pero si sigue royendo, el árbol se secará del todo. Pero,
déjame en paz con tus sueños; como
vuelvas a molestarme mientras duermo, te daré una bofetada.
El ama lo tranquilizó con cariñosas
palabras y siguió rascándole la cabeza hasta que se durmió y se puso a roncar.
Entonces cogió entre sus dedos el tercer pelo de oro y se lo arrancó.
El diablo
pegó un brinco, puso el grito en el cielo y estuvo a punto de darle una paliza
al ama, pero ésta logró calmarlo de nuevo y le dijo:
—¿Qué
se puede hacer con las pesadillas?
—¿Qué
has soñado? —preguntó el diablo, curioso.
—He
soñado con un barquero que se quejaba porque tenía que estar remando de una a
otra orilla sin ser nunca relevado. ¿Cuál es la causa?
—¡Ja, ja,
pobre infeliz!
—respondió
el diablo—; cuando alguien se monte para que le pase a la otra orilla no tiene
más que ponerle el remo en la mano; entonces tendrá que remar el otro, y él
estará libre.
Y
como el ama ya le había arrancado los tres pelos de oro y las preguntas ya
tenían respuesta, dejó en paz al viejo dragón, que durmió hasta que despuntó el
día.
Cuando el
diablo se marchó de nuevo, la anciana sacó a la hormiga de entre los pliegues
de su falda y devolvió la figura humana al niño de la suerte.
—Aquí tienes los tres pelos de oro —dijo—; y lo que el
diablo ha dicho sobre las preguntas, ya lo habrás oído.
—Sí
—respondió el joven—; lo he oído y lo retendré bien en mi memoria.
—Ya
tienes lo que querías —dijo la anciana—, y puedes seguir tu camino.
El joven
dio las gracias a la anciana por haberle prestado la ayuda que necesitaba,
salió del infierno y se fue alegre porque todo le hubiese salido bien. Cuando
llegó donde estaba el barquero, éste le exigió la respuesta prometida.
—Pásame
primero al otro lado —dijo el niño de la suerte—; entonces te diré cómo puedes
salvarte.
Y
al poner pie en la otra orilla, le dio el consejo del diablo:
—Al primero que venga a pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano.
—Al primero que venga a pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano.
Siguió su camino y llegó a la ciudad donde estaba el árbol estéril; y el centinela quería también una respuesta a su pregunta. Entonces le dijo lo que había oído decir al diablo:
—Matad al ratón que roe sus raíces, y el árbol volverá a dar manzanas de oro.
—Matad al ratón que roe sus raíces, y el árbol volverá a dar manzanas de oro.
El
centinela le dio las gracias y, como recompensa, dos burros cargados con oro,
que le fueron siguiendo.
Finalmente llegó a la ciudad cuya
fuente estaba seca.
Allí
le comunicó al centinela lo que el diablo había dicho:
—En
la fuente, bajo una piedra, hay un sapo; buscad- ¡o y matadlo, que la fuente
volverá a manar vino en abundancia.
El
centinela le dio las gracias y, como el otro, dos burros cargados con oro.
Por
fin regresó el niño de la suerte a su hogar, y a su mujer, que se alegró de
todo corazón al verlo y al saber que todo le había salido bien. Al rey le llevó
lo que le había pedido: los tres pelos de oro del diablo; y cuando vio los
cuatro burros cargados de oro, se puso muy contento y dijo:
—Bien,
ya están cumplidas todas las condiciones y puedes quedarte con mi hija. Pero
querido yerno, dime, por favor: ¿de dónde has sacado todo ese oro? ¡Se trata de
grandes riquezas!
—Crucé
un río en una barca —respondió el joven—, y allí lo recogí del suelo; porque en
su orilla lo hay en vez de arena.
—¿Puedo ir a recogerlo yo también?
—preguntó el rey con avaricia.
—Todo cuanto queráis
—respondió
el otro—; allí encontraréis a un barquero; haced que os pase a la otra orilla,
y allí podréis llenar vuestros sacos.
El ambicioso rey se puso en marcha precipitadamente, y al llegar al río hizo señas al barquero para que lo pasara al otro lado. El barquero se acercó y le invitó a montar en la barca; y cuando llegaron a la orilla opuesta le puso el remo en las manos y saltó a tierra. El rey, como castigo a sus pecados, tuvo que remar desde ese momento.
—¿Sigue aún remando?
—¡Ya lo creo! Nadie ha ido a quitarle el remo de la mano.
El ambicioso rey se puso en marcha precipitadamente, y al llegar al río hizo señas al barquero para que lo pasara al otro lado. El barquero se acercó y le invitó a montar en la barca; y cuando llegaron a la orilla opuesta le puso el remo en las manos y saltó a tierra. El rey, como castigo a sus pecados, tuvo que remar desde ese momento.
J. L. y W. K. Grimm